La quimera es un monstruo de la mitología griega con cuerpo y cabeza de león, una cabeza de cabra y otra de serpiente. Dicho engendro inspiró lo que en Biología se conoce como “quimerismo”: la presencia de células en un ser vivo que –en principio- le serían ajenas. Un tipo de quimera es el híbrido “de laboratorio” resultante de transferir células desde un ente preembrionario (mórula o gástrula) a otro, debiendo existir cierta compatibilidad entre ambos. De esta manera se pueden obtener quimeras con células de dos especies diferentes pero próximas entre sí, como son las cabras y las ovejas. Según se desarrolle el embrión, sus células se multiplicarán configurando un ser que combina partes de oveja y de cabra. Podríamos decir que es una quimera interespecífica. Ahora bien, el término quimerismo también se extiende a la combinación de células de individuos diferentes pero pertenecientes a una misma especie. Aquí no se hace alusión a la combinación de células reproductoras (gametos), ni a la transferencia de células somáticas mediante un transplante o una transfusión. El quimerismo al que nos referimos es el que media entre la madre y su descendencia. El denominado microquimerismo. La adición del prefijo “micro” se debe a que el número de células foráneas transferidas es muy limitado.
El microquimerismo materno-fetal se descubrió hace décadas: se observó que las madres incorporaban cierta cantidad de células fetales y que el nasciturus recibía, a su vez, unas pocas células maternas. En ambos sentidos de la transferencia, las células solían ser reconocidas como propias por el sistema inmune, permaneciendo durante décadas en el organismo. El que vivieran tanto tiempo se debía a que son células madre (aludiendo a su cualidad de indiferenciadas y no a su procedencia) -o células que se comportan como tales- siendo capaces de diferenciarse después en distintos tipos celulares específicos. Es decir, se comportarían como semillas que se incorporan e integran en el nuevo paisaje orgánico.
A día de hoy, se desconoce la razón evolutiva del microquimerismo. Sin embargo, sí que se sabe que puede tener repercusiones sobre la salud. A este respecto, el microquimerismo supondría un arma de doble filo: por un lado, las células recibidas permitirían reparar tejidos lesionados. Por otro, tendrían el inconveniente de que el sistema inmune llegara a reconocerlas como elementos ajenos al organismo. En este caso, cabe la posibilidad de que desencadenaran una enfermedad autoinmune, ya que nuestras defensas serían incapaces de diferenciar con precisión las células transferidas de las autóctonas. Por consiguiente, el organismo intentaría combatir a las células ajenas al tiempo que destruiría las propias.
El estudio de las repercusiones sanitarias del microquimerismo podría resultar prometedor para el tratamiento de diversas enfermedades, ya fueran solucionables mediante las células transferidas, o bien evitando sus efectos.
El microquimerismo materno-fetal se descubrió hace décadas: se observó que las madres incorporaban cierta cantidad de células fetales y que el nasciturus recibía, a su vez, unas pocas células maternas. En ambos sentidos de la transferencia, las células solían ser reconocidas como propias por el sistema inmune, permaneciendo durante décadas en el organismo. El que vivieran tanto tiempo se debía a que son células madre (aludiendo a su cualidad de indiferenciadas y no a su procedencia) -o células que se comportan como tales- siendo capaces de diferenciarse después en distintos tipos celulares específicos. Es decir, se comportarían como semillas que se incorporan e integran en el nuevo paisaje orgánico.
A día de hoy, se desconoce la razón evolutiva del microquimerismo. Sin embargo, sí que se sabe que puede tener repercusiones sobre la salud. A este respecto, el microquimerismo supondría un arma de doble filo: por un lado, las células recibidas permitirían reparar tejidos lesionados. Por otro, tendrían el inconveniente de que el sistema inmune llegara a reconocerlas como elementos ajenos al organismo. En este caso, cabe la posibilidad de que desencadenaran una enfermedad autoinmune, ya que nuestras defensas serían incapaces de diferenciar con precisión las células transferidas de las autóctonas. Por consiguiente, el organismo intentaría combatir a las células ajenas al tiempo que destruiría las propias.
El estudio de las repercusiones sanitarias del microquimerismo podría resultar prometedor para el tratamiento de diversas enfermedades, ya fueran solucionables mediante las células transferidas, o bien evitando sus efectos.
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Para más información consultar el ejemplar de Abril de 2008 de Investigación y Ciencia