La
simbiosis es una asociación íntima y permanente entre organismos de distintas especies, en la cual todos los participantes resultan beneficiados. Un ejemplo conocido de simbiosis es la que establecen algunos pájaros desparasitadores con ciertos rumiantes. En ella, ambos animales salen ganando: el ave consigue alimento y el mamífero se libra de sus parásitos.
Los vegetales superiores toman gran parte de sus nutrientes del suelo, empleando para ello sus raíces. Sin embargo, la mayoría de los vegetales no son capaces de adquirir dichos nutrientes por sus propios medios, sino que necesitan asociarse simbióticamente con otros seres vivos que se los procuran. En otros casos, lo que la simbiosis ofrece a los vegetales implicados son mayores posibilidades de supervivencia ante condiciones ambientales desfavorables. En estas últimas asociaciones el vegetal es el que aporta las ventajas nutritivas al otro organismo.
Atendiendo al simbionte que se asocie con el vegetal, se pueden diferenciar dos tipos de relaciones: simbiosis con hongos y simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógeno.
1. Simbiosis con hongosÉstas se dividen, a su vez, en líquenes y micorrizas.
1.1. LíquenesUn liquen es el resultado de la combinación de un hongo específico y un alga verde o cianobacteria. Los líquenes reúnen ventajas de ambos socios. Es por ello que no precisan alimento orgánico (más difícil de obtener que el inorgánico), al contrario de lo que sucede con el hongo asociado. Además, consiguen sobrevivir aunque se desequen, algo imposible para el alga o la cianobacteria implicada.
1.2. Micorrizas (“hongos-raíces”)Las asociaciones simbióticas entre determinados hongos y raíces de plantas son muy frecuentes y juegan un papel crucial en la absorción de minerales por parte de las plantas. Las raíces benefician al hongo secretando azúcares, aminoácidos y otros compuestos orgánicos que éste puede asimilar. A su vez, el hongo aporta diversos beneficios al vegetal, entre los que cabría destacar:
- La transformación de sales del suelo y sustancias en descomposición en compuestos aprovechables por la planta.
- La mejora en la captación de agua y nutrientes, pues el hongo emite prolongaciones desde las raíces hasta zonas del suelo inalcanzables por la planta.
- La defensa frente a hongos nocivos y otros patógenos.
- La mayor absorción de fertilizantes químicos, lo que permite reducir su empleo en la agricultura.
- La protección frente a tóxicos letales del suelo, etc.
Hoy en día se estima que existen micorrizas en más del 90% de las especies vegetales, siendo indispensables para la supervivencia de muchas de ellas.
2. Simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógenoEl nitrógeno es el elemento nutritivo que las plantas más necesitan después del carbono. Aunque constituye cerca del 80% del aire, la mayoría de las plantas son incapaces de utilizar el nitrógeno gaseoso, por lo que dependen de otras formas del mismo como son los iones nitrogenados del suelo, del tipo del amonio y del nitrato.
En el suelo siempre existe cierta cantidad de nitrógeno que “se pierde”, en el sentido de que deja de estar disponible para las plantas, ya que se convierte en nitrógeno gaseoso; se disuelve en aguas subterráneas, las cuales fluyen a zonas más profundas del suelo, etc.
Si dicho nitrógeno perdido no se repusiera, la vida en planeta sería muy distinta a la que conocemos pues se alterarían numerosas cadenas alimentarias, desapareciendo incontables seres vivos. Sin embargo, vuelve al suelo mediante un fenómeno conocido como “fijación del nitrógeno”. Gracias a éste, el nitrógeno gaseoso se incorpora en forma de compuestos nitrogenados asimilables por las plantas.
Casi toda la fijación del nitrógeno en la Tierra se debe a la acción de unas pocas bacterias, la mayor parte de las cuales viven simbióticamente en las raíces de los vegetales, donde obtienen alimento y cobijo. Estas bacterias están presentes sobre todo en las raíces de plantas leguminosas (como el trébol o la alfalfa) y suelen estar integradas en el género Rhizobium.
Resulta curioso como las asociaciones de vegetales con seres tan diminutos -y en apariencia insignificantes- constituyen un pilar clave para la existencia de diversos organismos, entre ellos el ser humano. Nuestra agricultura depende en gran medida de hongos y bacterias, en los que nunca solemos deparar como procuradores de alimentos. Nuestro ganado consume vegetales implicados en relaciones simbióticas. Es más, incluso nuestros bosques, selvas y demás ecosistemas se nos presentan como tales merced a dichas asociaciones. No sería descabellado afirmar que quizás el ser humano jamás existiría de no ser por estos pequeños simbiontes que sobreviven gracias a los vegetales.