sábado, 21 de junio de 2008

La grasa como reserva energética

En la mayoría de los animales (humanos incluidos), una buena parte de la energía ingerida que no van a necesitar se almacena en forma de grasa. Ahora bien, los principales nutrientes que nos proporcionan energía no son sólo las grasas. Tenemos que:
- Las proteínas aportan 4 kilocalorías/gramo.
- La glucosa 4 kcal/g.
- El alcohol (etanol) 7 kcal/g.
- Los lípidos (grasas, sólidas, y aceites, líquidos) 9 kcal/g.
El organismo es capaz de transformar los 3 primeros en grasa para su acumulación y uso posterior. Existe además un pequeño almacenamiento de glucosa en forma de glucógeno (molécula constituida por numerosas unidades de glucosa) en el hígado.

Pero, ¿por qué acumulamos casi toda la energía sobrante en forma de grasa y no de glucosa, proteínas o alcohol? ¿Por qué razón la selección natural favoreció esta forma de acumulación y no otra? Existen 2 poderosas razones al respecto:
1. En cantidades iguales, los lípidos aportan más del doble de energía (9 kcal/g) que la glucosa (4 kcal/g) o las proteínas (4 kcal/g), y más del 28% de energía que el alcohol (7 kcal/g). Además, este último presenta una cierta toxicidad para el organismo. La mayor capacidad para almacenar energía de los lípidos hace que, ante una misma cantidad energética, no sea necesaria tanta materia. En otras palabras, como la glucosa y las proteínas aportan menos de la mitad de energía que los lípidos, si nuestras reservas fueran de glucosa o de proteínas pesarían más del doble que si fueran de lípidos.
2. Los lípidos son hidrófobos (no interaccionan con el agua). En cambio, los otros nutrientes mencionados son hidrófilos (sí interaccionan con el agua). En el caso de las proteínas y la glucosa, ambas poseen una elevada capacidad de retención de agua. Es por ello que si se emplearan como reserva energética, al depositarse tendrían que ir acompañadas obligatoriamente de una gran cantidad de agua.

Considerando las 2 razones expuestas, transportar las reservas energéticas en forma de glucosa, alcohol o proteínas, conllevaría que los animales tuvieran que realizar un enorme esfuerzo físico para desplazarse o incluso fueran incapaces de hacerlo. La reserva energética en forma de grasa soluciona este problema al permitir un almacenamiento más eficaz: con una menor masa por kcal, sin una posible toxicidad propia del etanol y libre de agua añadida. Sabiendo esto, ya podemos contestar a por qué la selección natural primó el acúmulo de grasa en los animales. La respuesta es sencilla: tanto los herbívoros como los carnívoros necesitan desplazarse con cierta facilidad para huir y/o para alimentarse. Con unas reservas no grasas, el movimiento requeriría un enorme esfuerzo y en algunos individuos se tornaría imposible. Los animales impedidos de esta manera tendrían serias dificultades para sobrevivir frente a los acumuladores de grasa.
En la mayoría de los vegetales –que no necesitan huir o desplazarse para comer puesto que han evolucionado en base al sedentarismo- la reserva energética se lleva a cabo en forma de almidón, el cual está constituido por moléculas de glucosa. Aquí no es tan importante economizar en peso ya que las plantas no se mueven de un sitio a otro.
Por otra parte, resulta curioso observar cómo, desde un punto de vista evolutivo, las reservas grasas de los animales se sitúan en las zonas que menos dificultan el desplazamiento y otras funciones fisiológicas: en el camello y el dromedario están en las jorobas, en las focas a nivel subcutáneo, en el hombre en el abdomen y/o en la cadera, etc.

Visto lo anterior, podemos concluir que las reservas energéticas en forma de grasa supusieron una gran ventaja evolutiva. Por consiguiente, los genes responsables de este modelo de acumulación se transmitieron a los descendientes y terminaron adquiriendo una amplia difusión en la naturaleza.
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Para una mayor información, consultar "El mono obeso", Ed. Crítica, Drakontos.

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