domingo, 1 de febrero de 2009

Emociones humanas y emociones de animales no humanos (I)

Introducción
El estudio del comportamiento animal ha fascinado al hombre desde hace siglos, si bien no se ha hecho desde una perspectiva científica hasta hace relativamente poco tiempo. Hoy en día, la etología sirve de base para adoptar decisiones políticas que condicionan el comportamiento del ser humano en relación con ciertos animales. Dichas decisiones se han plasmado en normas legales del estilo de las que promueven el bienestar de los animales de renta durante su transporte y sacrificio, las que limitan el sufrimiento y uso de los animales de laboratorio o las que penalizan el maltrato de los animales domésticos. Yendo más lejos, estudios etológicos relativamente recientes con grandes simios –como los llevados a cabo por Jane Goodall (con chimpancés), Dian Fossey (con gorilas) o Biruté Galdikas (con orangutanes)- han posibilitado los polémicos debates sobre la extensión de los derechos humanos a los animales.
Todos los intentos de protección suelen hacer un mayor hincapié en aquellos animales cuyas cualidades cognitivas más se aproximan a las del ser humano. Ahora bien, el meollo del asunto no está en lo inteligentes, o no, que puedan ser estos animales pues no cabe duda de que la capacidad intelectual del ser humano se mueve en niveles muy superiores. El quid de la cuestión se encuentra en lo desarrollada que tienen los animales la capacidad para sentir. Es decir, en sus emociones.
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Con respecto del comportamiento animal se pueden diferenciar dos posturas antagónicas e irreconciliables
1. Los animales como máquinas
Consiste en una visión “pauloviana” y determinista del comportamiento de los animales no humanos. En este sentido se podría afirmar que reaccionan de un modo previsible ante los estímulos. Llevada a su extremo más radical, esta postura nos indicaría que los animales se comportan como máquinas que siempre responden de la misma manera ante un mismo estímulo. Por tanto, no existiría hueco para el libre albedrío ni para pensamientos diferentes de los determinados por la condición genética. Tampoco se podría hablar de emociones como las que experimentan los seres humanos. Por ejemplo, el sufrimiento implicaría dolor físico pero carecería del componente psíquico o éste sería muy escaso.
2. Los animales humanizados
Consiste en equiparar el comportamiento de los animales “superiores” (grandes primates, perros, delfines, ciertas aves, etc.) -y en ocasiones de los “no tan superiores”- al del hombre. Dichos animales no tendrían comportamientos tan deterministas y predecibles como enuncia la postura anterior, sino que serían capaces de tomar decisiones más allá de lo que dicta su genética. Muchas de estas decisiones podrían ser comparables a las que adoptan las personas y, en ocasiones, más acertadas. El que los animales “superiores” no sean tan inteligentes como los humanos no implica que no puedan ser iguales o superiores en el plano emocional. En este caso, su sufrimiento incluiría un componente físico y otro psíquico, ambos bien establecidos.
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En el término medio está la virtud
Cuando tratamos de los animales cognitivamente más próximos al ser humano, vemos que las dos posturas anteriores albergan sólo medias verdades. Si bien es cierto que numerosos comportamientos animales son previsibles y están preestablecidos, no es menos cierto que muchos individuos dentro de una misma especie –incluso simples ratones- poseen personalidades propias y diferenciadas. Considerar el comportamiento de los animales como si estuviera programado es útil en aquellos animales que más se alejan cognitivamente de seres los humanos. En cambio, en los animales que más se aproximan sólo sirve para explicar algunos de sus comportamientos.
Por otra parte, humanizar a los animales supone una gran tentación a la hora de intentar dilucidar su conducta. Por desgracia, esta postura tampoco es del todo correcta ya que atribuye a los animales cualidades que les resultan impropias. En determinados casos –como los estudios etológicos con bonobos o chimpancés- explicar el comportamiento animal en base al humano puede ser un acierto pero en otros –como el intento de arrojar luz sobre las conductas de los perros- suele terminar en fracaso. La humanización de los animales no sólo es problemática porque los atribuyan cualidades psíquicas superiores a las que tienen (por ejemplo, cuando creemos que un perro es capaz de entender un enfado nuestro por un acontecimiento ocurrido hace horas), sino también porque los atribuyen cualidades psíquicas diferentes a las que dicta su naturaleza (por ejemplo, al no comprender que cuando un perro se integra en la familia lo hace entablando una jerarquía).
Así pues, podemos concluir que las “aproximaciones tipo máquina” nos explican bastante bien los comportamientos de aquellos animales que más se alejan cognitivamente de nosotros. Es el caso de pequeños mamíferos, reptiles o ciertas aves. En cambio, deben ser tomadas con precaución al aplicarlas a los animales psíquicamente más desarrollados, como los bonobos o los chimpancés.
A su vez, la humanización de los animales sigue una tendencia inversa, siendo más adecuada para los mejor dotados cognitivamente y menos apropiada para los peor dotados.
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3 comentarios:

chrisropher dijo...

Es algo muy educativo

chrisropher dijo...

Es muy educativo

chrisropher dijo...

Estas bitácoras (blog) son
muy informativas ayudan a
Conocer mas del mundo
de la ciencia
Y muchas cosas
Mas